Joan MV Pons, Responsable Evaluación AQuAS
Si en el anterior post examinábamos la evolución en la última década (2005-2015) de los presupuestos públicos en sanidad y comparábamos su distribución según líneas principales de servicios, en esta segunda parte lo miraremos por patologías (problemas de salud) de acuerdo con la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) de la OMS que categoriza los diagnósticos según órganos (aparatos o sistemas) o según origen.
Aquí hay dos cosas principales para comentar. Por un lado, la reducción, en cuanto a porcentaje sobre el presupuesto global, del gasto en enfermedades del aparato circulatorio (que pasa del 17,3% al 11,5%) y, por otro, el aumento del gasto para la atención de las enfermedades del sistema nervioso central (SNC) y órganos de los sentidos (del 6,4% al 10,6%). En cierto modo se puede interpretar que las patologías del SNC (donde también se debe incluir la cirugía de cataratas, los implantes cocleares y los tratamientos de recanalización -trombolíticos o angioplásticos- en el infarto cerebral agudo) han alcanzado el nivel que corresponde y se acaban situando entre aquellas patologías que suponen un gasto en torno al 10% (8,5% al 11,5%) del presupuesto global del CatSalut. Entre estas tenemos las siguientes: neoplasias, trastornos mentales (porque aquí nunca se habla de enfermedad sino de trastornos), enfermedades del aparato circulatorio y enfermedades del aparato respiratorio. Por debajo del 8% encontraríamos las enfermedades del aparato genitoruinario, del aparato digestivo y del sistema musculoesquelético y tejido conectivo, sin olvidar las lesiones e intoxicaciones.
La atención oncológica crece también como la atención a las lesiones e intoxicaciones, el aparato genitourinario, las enfermedades endocrinas y metabólicas y las complicaciones del embarazo, parto y puerperio. Las especulaciones interpretativas pueden ser múltiples, pero que sea el lector quien las haga.
Hay que mencionar, finalmente, las limitaciones de todo análisis comparativo de datos de este tipo. Puede haber diferencias en la metodología, sin duda, pues mientras en el artículo científico ésta era explícita, los demás datos provienen de una presentación de un anteproyecto de presupuesto (2015) y, no sólo no se describe cómo se ha realizado esta distribución presupuestaria, sino que en nuestro caso se han tenido que aplicar algunas combinaciones al no ser siempre exactas las categorías utilizadas, en especial en cuanto a líneas y tipología de atención. Otra carencia en comparar los dos períodos es que mientras que el primero, 2005, se trata del presupuesto consolidado del CatSalut (el modo en que se ha ejecutado el gasto una vez que se cierra el ejercicio), los datos de 2015 provienen, como decíamos antes, de un proyecto de presupuesto y, en el mundo sanitario, es bien sabido que entre lo que se proyecta y lo que finalmente se gasta puede haber un gran diferencial.
En principio, el hecho de utilizar porcentajes sobre el global de gasto, y suponer que hay una contabilidad analítica aceptable y que las atribuciones son correctas, permite esquivar cualquier cuestión relacionada con la inflación (y la inflación del sector salud suele ser superior a la de otros sectores productivos) o depreciación monetaria (lo que, en principio, no pasa con el euro y por ello la devaluación salarial sufrida). La gran limitación, sin embargo, está en el análisis superficial realizado. Ahora haría falta un análisis con mayor detalle que explicara, por ejemplo, la reducción del gasto en la atención a las enfermedades circulatorias (se acabaron las patentes de medicamentos de gran consumo que actúan sobre los factores de riesgo cardiovascular, cambios en incidencia del síndrome coronario agudo, aumento de la angioplastia primaria, etc.) o qué factor explica mejor la reducción del gasto en farmacia, y cuándo se gira la tendencia.