
Llama la atención que pueda haber más datos sobre los animales utilizados en experimentación que sobre humanos (pacientes o no) que participan en ensayos clínicos. Si bien es cierto que, tanto en un caso como en otro, la regulación es estricta y hay diferentes órganos colegiados que se encargan del bienestar de los participantes en la experimentación.
Recientemente se han hecho públicos los datos de usos de animales en experimentación en el estado español. En conjunto, el número de usos ha sido de 808.827 a lo largo del 2014: 526.553 roedores (la mayoría ratones), unos 190.354 peces (más de un tercio peces cebra), 44.169 aves y 23.881 conejos por mencionar aquellas especies de animales más utilizados. Hay que decir que una cuarta parte de todo el conjunto, a pesar de tratarse mayoritariamente de ratones, son animales alterados genéticamente. La gran mayoría (75%) se utilizan para lo que se denomina investigación básica o investigación traslacional y aplicada.
¿Son muchos o pocos? ¿Qué tendencias hay detrás? A pesar de los cambios recientes en la manera de recoger la información, los datos muestran un incremento con respecto a años previos, cosa que no parece ir demasiado a favor de los principios en que habría que inspirar la experimentación en animales, que también recogía el RD 53/2013, las denominadas 3R: reemplazamiento, reducción y refinamiento.
Más que la cantidad, resulta importante hablar de la calidad y en eso llama la atención el retraso con respecto a la investigación clínica en humanos de las iniciativas para la mejora y recogida de las revisiones de los estudios experimentales. Nos referimos a CAMARADES (Collaborative Approach to Meta-analysis and review of animal data in experimental studies), elemento imprescindible antes de iniciar un nuevo estudio, como las guías ARRIVE (Animal Research: Reporting In-Vivo Experiments) para mejorar el diseño y la publicación de la experimentación animal, en definitiva, para reducir el riesgo de sesgos.
Podríamos preguntarnos cuántas agencias financiadoras de la investigación biomédica, en sus procesos de revisión por pares, piden o exigen el uso de estas guías a la hora de evaluar proyectos de experimentación animal. También podríamos hablar de la aplicación de las guías CONSORT (Consolidated Standards of Reporting Trials) y PRISMA (Preferred Reporting Items for Systematic Reviews and Meta-analysis) para el caso de estudios clínicos en humanos.
Parece estar claro que a mayor riesgo de sesgos, mayor sobreestimación de efectos, con lo que no tiene que sorprender que las propuestas subsiguientes de translación a la experimentación humana acabe dando resultados decepcionantes.
El campo de las neurociencias está lleno de este tipo de casos fallidos de traslación, en general por tratarse de modelos animales imperfectos o diseños de estudios poco esmerados y demasiado propensos a los sesgos.
Un reciente artículo de Malcolm R. Macleod del Centre for Clinical Brain Sciences de la Universitat d’Edinburgh en la revista PLoS Biology insistía en estos aspectos cualitativos de mucha experimentación animal. También ponía de manifiesto que informar sobre el riesgo de sesgos no guarda relación con el factor de impacto de la revista, cosa que vuelve a poner de manifiesto que esta medida es un pobre indicador de calidad de la investigación.