“Buenos días, doctor”, “Me duele la cabeza”, “Deme algo para dormir”, “Tómese esto y vuelva dentro de unos días”… Frases como estas son frecuentes en el día a día entre los profesionales de la salud y los pacientes. Son frases a menudo verbalizadas en un contexto frío, estresado y donde el ordenador a menudo tiene una posición demasiado central.
En un mundo actual donde la tecnología ha pasado a tener un papel muy relevante, el paciente a veces puede quedar en un segundo término.
Parecería una contradicción afirmar que en la era de la comunicación, todos nos comunicamos menos, e incluso peor, pero desgraciadamente es una realidad y no es exclusiva de la relación profesional-paciente.
Este “menos” no sería un menos cuantitativo sino sobre todo cualitativo. Son muy pocas las prácticas en el mundo de la salud que no impliquen comunicación, así pues el trato humano resulta básico en la comunicación profesional-paciente, entre profesionales sanitarios o con la opinión pública.
Desde hace más de 30 años, el Informe del Consenso de Toronto ponía de manifiesto la necesidad de invertir más esfuerzos para mejorar la comunicación médica. A menudo se habla de la importancia de la medicina basada en la afectividad, donde se determina que la relación médico-paciente sería necesario que se basara en el supuesto de que los pacientes son personas bastante adultas y conscientes de su situación de salud. Venimos de una sociedad autoritaria y de una práctica médica basada en modelos paternalistas.
Los valores democráticos de nuestra sociedad quizás nunca han sido lo bastante sólidos y aún estamos aprendiendo. A menudo la propia sociedad ha dado a los médicos una posición social de privilegio que no parece facilitar que la comunicación con los pacientes fluya lo suficiente.
Es obvio que hay otros factores que tampoco ayudan ni le hacen la vida fácil al profesional. Es el caso de la presión asistencial o el diseño de los espacios que no han sido diseñados pensando en los pacientes.
La formación de los profesionales de la salud es probablemente una herramienta clave para conseguir que nuestros médicos, médicas, enfermeros y enfermeras sean personas cercanas al paciente, que quieran y sepan escuchar, interpretar, conocer la comunicación no verbal, sean empáticas y asertivas. En las facultades de medicina y de enfermería, además de abordar aspectos técnicos y tecnológicos, es necesario que los aspectos éticos y humanistas se tengan también en consideración.
Son muchas las iniciativas que empiezan a aparecer para que los estudiantes del ámbito de la salud tengan competencias comunicadoras lo suficientemente buenas para conseguir que la relación entre profesionales y con los pacientes sea mucho más efectiva y afectiva.
Ahora bien, una vez hemos establecido la relevancia de estas competencias en el currículo del futuro profesional, su logro debe ser inexcusable y su evaluación decisiva. Recientemente se ha publicado un conjunto de recomendaciones dirigidas a introducir cambios en los currículos de los estudiantes tanto en lo que respecta a los contenidos como a las estrategias docentes a emplear, en diferentes países y contextos como podeis leer en los artículos de Kiessling, Bachmann y García de Leonardo, respectivamente.
Parece que empieza a haber consenso y por lo tanto ahora solo es necesario que haya voluntad de implementarlo en nuestras universidades y centros sanitarios. Probablemente así ganaremos todos.
Seguramente si conseguimos que nuestros profesionales sean empáticos, asertivos, practiquen la escucha activa y permitan a los pacientes tomar decisiones, lograremos mejores resultados en salud y mayor bienestar tanto para el paciente y los familiares como para el propio profesional.
Entrada elaborada por Carme Carrion (@CarmeCarrion), profesora de los Estudios de Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y profesora asociada de la Universitat de Girona (UdG).